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Croacia y sus balnearios: maravillas balcánicas

27.Nov.2015

La costa balcánica de Dubrovnik

Croacia se ha vuelto la favorita de Europa cuando se trata de visitar el paraíso en la tierra. Las ciudades más frecuentadas son Split y Dubrovnik pero los 300 kilómetros de ruta panorámica que las separan merecen la misma distinción. Un país que ofrece playas sobre el Adriático, pausas de café en callecitas antiguas, cocina de mar con variantes locales y escapadas en barco hacia islas más remotas; dos ciudades que tienen propuestas para cada minuto del día.

Recorrer la costa de Croacia en auto no es solo una cuestión de comodidad o dinero. Las vistas que regala el recorrido por su ruta principal inciden en la decisión y terminan por ganar. Desde distintas alturas se atraviesan ciudades, pueblos y balnearios, todas con construcciones en común y algo de diferencia: las edificaciones bajas y de piedra blanca amarillenta que se conservan desde hace más de 1.000 años son una constante, mientras que los cafés, edificios y hoteles que salpican cada paraje los distinguen como estaciones más y menos turísticas.

Nuestra primera parada es Split, la segunda ciudad más poblada de Croacia. Su Ciudad Vieja es el centro de atracciones turísticas y acumula esa mezcla de historia y modernidad que invitan a recorrerla. El primer desafío es el estacionamiento, que exige maniobras precisas para no tocar nada en sus calles angostas y repletas de autos. El consejo es dejar el vehículo cerca del alojamiento y caminar la ciudad.

Visitas obligadas en la zona, varias. La más relevante, el Palacio de Diocleciano, la mansión romana mejor conservada del mundo que data de finales del Siglo III y que desde 1979 es, junto a otras piezas históricas que bordean la plaza central de la ciudad, Patrimonio Cultural de la Humanidad según la Unesco. Sus paredes de piedras irregulares con algo de vegetación que asoma entre ellas, su mármol encerado por las suelas de los millones de visitantes que recibe cada año y las columnas típicas de la arquitectura romana merecen la recorrida.

Abrumarse del paseo es imposible, cada menos de 20 metros hay un local para entrar, sentarse, picar algo y seguir viendo retazos de cultura en esos más de 30.000 metros cuadrados que no requieren mapas, porque se disfrutan más cuando nos perdemos.

Sin embargo, hay algo más importante para hacer en Split. Hay que llegar a la costa del Mar Adriático, ese que se cuela detrás de la bota italiana y compite con los más atractivos del mundo y dejarse impactar con su azul intenso, a veces verde petróleo, a veces casi negro, siempre lindo. Una vez allí, la opción de subirse a un barco y pasear por las pequeñas islas se vuelve irresistible, y Hvar es la más famosa entre las que ofrecen sol, playa, diversión y poco más, porque la idea es mantenerse enfocado en lo primordial: descansar. Sin embargo, hay para todos los gustos en las más de 1.100 islas que tiene Croacia.

Si sobra algo de tiempo, hay que subir hasta el mirador gratuito Marjan, que exige una caminata de menos de media hora y ofrece una vista interesante: agua, ciudad vieja, ciudad moderna y el logo del Hajduk Split pintado en varios edificios, un símbolo omnipresente en esta ciudad porque representa a uno de los dos equipos de fútbol más populares de Croacia.

Para comer, cualquiera de los restaurantes que integran la "rambla" de Split ofrece cocina de Dalmacia (la zona a la que pertenece la ciudad), muy frecuentada por pescados y frutos de mar pero siempre con variantes locales. Uno económico y representativo es la Taberna Fife (Konoba Fife, en croata).

Trescientos kilómetros y varias horas de deleite visual separan Split de nuestra segunda parada: Dubrovnik, el balneario más famoso de Croacia y ciudad hermana de Punta del Este. El tamaño y estética de la ciudad nos hacen sentir parte del lugar, algo así como que ya lo conocemos. La recomendación es alquilar un apartamento en las afueras de la Ciudad Vieja y hacer de estas vacaciones de verano algo más personal, con mañanas y tardes de entrar con los pies llenos de arena a nuestro apartamento en la playa.

Para la mayoría de los días el plan es ese: desayuno, playa, almuerzo, playa, siesta y cena en algún restaurante de la Ciudad Vieja. Si hay fuerzas, es bueno asomarse a alguno de los bares que no dicen mucho desde afuera pero ofrecen todo adentro, como la degustación de Rakia, un licor de la zona con diferentes gustos, según la fruta destilada. La noche en la península balcánica está entre las más divertidas del mundo.

Sin embargo, la visita a la Ciudad Vieja de Dubrovnik es más obligatoria que la de cualquier otro poblado. Esta zona amurallada desde hace siglos que acumula un montón de casitas iguales y bien juntas, con techos de tejas anaranjadas y cinco fuertes, todavía mantiene su espíritu de zona clave y desde 1979 es Patrimonio Cultural de la Humanidad según la Unesco.

Antes, era el lugar desde donde se decidía el futuro y presente de la ciudad. Ahora, es el punto céntrico del turismo y se puede explorar de distintas formas. Caminar la ciudad por dentro permite visitar iglesias, fuentes, museos y palacios que pintan la historia y actualidad de la ciudad; recorrer sus murallas desde la altura de sus torres ofrece vistas de la infinidad de tejas anaranjadas que la vuelven única; verla desde la distancia del Monte Srd, al que se sube en teleférico, intensifica su impresión de fuerte para la defensa del territorio; parar en los cafés y restaurantes que se amontonan en la calle principal sirve para respirarla e imaginar lo que fue, mientras se observa lo que es.

Dubrovnik es mágica y como tal, describirla solo evidencia una mínima parte de su encanto.

Si toca un día de lluvia o la curiosidad es suficiente, al subir al Monte Srd se puede visitar el Museo de la Guerra de Independencia croata, que relata los conflictos por la separación de Yugoslavia, en los que Dubrovnik fue víctima de ataques y sufrió una gran destrucción. Otra actividad diferente: tomar un ferry hasta la isla de Lokrum, que ofrece caminatas entre vegetación salvaje y buenas vistas de Dubrovnik y el Mar Adriático.

Las paradas en la costa croata son arbitrarias, porque la intensidad de sus aguas y la arquitectura del país enamoran lo suficiente como para seducir desde sus otras ciudades. Al encanto de los paisajes y el clima de estas ciudades hay que sumarle el espíritu de los locales: acostumbrados a recibir turistas pero sin olvidar los tiempos de crisis y conflictos, en Croacia la hospitalidad es muy buena y los comerciantes se sienten agradecidos con la llegada de visitantes. La relación precio-calidad, inmejorable.